

La diferencia entre mi YO y mi otro YO es que yo nací primero y mi otro yo murió después, pero ambos vivimos como nadie.
Llegado al caso me pregunté cosas muy simples para la primera hora del despertar:
1) ¿Hace frío afuera?
2) ¿Qué desayuno?
3) ¿Qué ropa uso de nuevo?
En cuanto a la tres es un problema pues mi ajustada economía, muchas veces no me permite darme el lujo de tener camisas sin arrugas ni canas. Cuando se solidariza algún contacto en los bajos suburbios de esta ciudad logro conseguir una presentación de la cual muchos burgueses de época con sus más bellos atuendos envidian y, por qué no, imitan. Pero la situación se me presenta tal y como te la describo, un desorden espacial con respecto a mi ropa y el terreno que yo llamo hogar. Cuando tengo mucha suerte encuentro el calcetín menos usado detrás del microondas. Pero no por una cuestión de desorden, sino por falta de tiempo. Esto de tener que viajar por favores o por huir de algún padre resentido por haber desflorado a su más bella hija, por no decir lastimado, conlleva a que tenga que improvisar viajes que pocas veces salen como uno no se lo planea.
Sin embargo, yo me pregunto, ¿es esto obra mía? ¿Por qué se me da esto? Si seré parte de una historia de algún autor, de algún narrador que relata mi vida y desarrolla mis trágicas y ardientes aventuras. Si seré una especie de resultado del pensamiento del intestino del destino al que mi suerte destino. Atino a decir que este es el caso donde el narrador soy yo, y que el destino no es más que mera casualidad del tiempo, el compañero de los minutos que los hace más lentos o más rápidos. Justamente, el narrador en este caso soy yo, y el destino son los renglones donde transcribo mi vida. No hay cosa más seria que la seriedad con la que se dan esta serie de eventos donde sólo yo, y nadie más que yo, soy el responsable. Giraré como un yo-yo, pero quien sostiene la piolita de los hechos es mi mano.
Me prendo un habano todos los fines de semana, pero este miércoles lo adelanté, sólo por el hecho de que ya llevo 4 meses trabajando a escondidas del gerente a pesar de mi despido. Las locuras que hace uno involucran no sólo las acciones que hace uno en su juicio perdido, sino también en su momento de sobriedad con un tono más lleno de sinsentidos.
Su suave sabor a vainilla cubre mis labios como si se tratara de la redacción de una poesía en otro cuerpo, en pleno beso, en ese erótico instante. El humo, tan absurdo en su movimiento, dibujan curvas similares a las que siempre me involucré. Curvas que me hacían seguir girando en círculos cuando se encaprichaban, y otras que simplemente me nublaban como aquél humo tan espeso. Parte del mismo, como consiste el fumar, me lo llevo a pecho, pero ninguno me deja sin un buen sabor una vez que los expulso. Mi pc prendida para ver las noticias on-line y unos libros de filosofía moderna que estaban en oferta de acá a dos cuadras son mi consuelo de la noche cuando los recuerdos no me invaden o la droga no me lleva a otras acciones.
Me desprendo esta camisa blanca, me la saco, y el pantalón atinaba a la misma suerte. Espié si me dejé el celular o algo de valor que requiera más tarde esa misma noche. Cuando saco, una servilleta del salón tomé arrugada. Escrita con una letra muy peculiar, por el manuscrito digo que es una mujer. Las mujeres tienen una peculiar forma de escribir en letra manuscrita, sin contar su inclinación y sus Os y Ases bien redondas cuando se lo proponen, la cola final de cada palabra, la que queda suspendida en el renglón al final de cada conjunto de letras, son generalmente curvos y sugestivos, como si un dedo cuando llama a alguien se tratase. No decía mucho:
“Gracias por tus servicios, no el de mozo sino de vislumbrarme la mirada. Mañana vuelvo a la misma hora. Soy de la mesa 6, ¿me servís una noche más? Camila”
No voy a negar que uno de mis extremos de la boca quiso chocar los cinco con mi ojo, por no decir que se me hizo un gancho la sonrisa. Aunque de repente mi bajón me bajó y la subida de mi contento subió para abajo, pues recordé que acordé que mañana a la mañana no me iba a proponer a trabajar por el simple motivo de que mi simpleza por encontrarme con Clara no me permitía ir 4 días seguidos a seguir trabajando escabulléndome con una bandeja para verla. O sea, puedo depender de mí mismo por un rato, no necesito verla, a pesar de que me muera de las ganas, aunque sí, es cierto, no dejo de pensar en ella, no la dejo de recordar, no la dejo de memorizar hablándome, no la dejo de sentir en estos sueños tan irreales, no la dejo escapar de este corazón lastimado, no la dejo correr por ese pasillo que la conlleva a mi olvido, no la dejo desamarrarse de este barco perdido en el océano de la decepción lleno de aguas de esperanzas, pero una vez más me digo que no vale la pena seguir así. Pero no están en mi las fuerzas de dejarla, por lo que, hasta que las tenga, seguiré con esta brújula rota que late de vez en cuando. Pero, pensándolo bien, yo asisto al salón con el fin de verla y ya fue el cuarto día permitido para conmigo para verla. ¿Pero si no fuera para verla a ella mañana y sea para ver a esta tal Camila? No estaría yendo contra mis principios, no rompería mis normas ni me carcomería la culpa de no obedecer a esta autoayuda emocional. ¿Pero si voy con la idea de que si no me agrada Camila, pero a pesar de que sí, la viera a ella y no le pasara pelota por Camila? Sería como aprovechar que no va una y me voy con otra pero al estar la otra me voy con ella dejando a Camila pidiéndose un cognac por no decir friendo espárragos o, en una connotación más simple, plantada. O sea, que en un mínimo porcentaje, mínimo, pero porcentaje al fin, estaría yendo una vez más para ver mis esperanzas desvanecidas de nuevo, aunque compensadas por el nuevo y primer encuentro con esta tal Camila. ¿Y qué tal si, en el caso hipotético, viera a Camila, me quedara con ella y en el más grande de todos los éxtasis de una simple charla, entrara por la puerta ella tan bella como siempre esperando a verme para confesarme su error de no entender esta pasión que nos corroe, o tal vez desteñida de contentos por una seguida de tragedias que le habrán pasado en el camino y su único abrazo de consolación sea encontrarme esa noche y me viera con la nueva bandida de pasiones? Su apresuro emocional conllevaría a malas interpretaciones de su parte haciendo que entre como salió… digo, salga como entró maquinando una función de tiempo que no estuvo conmigo en comparación de posibles pescas o chamuyos que consigo en tal lugar, llegando a la conclusión de que esa con la que posiblemente me encuentre mañana sea el rapto que supere las tres cifras en un conteo general. Mis posibilidades de que mis esperanzas, esfuerzos, sacrificios, lágrimas, memorias y deseos se vean no sólo destruidos, sino masacrados, quemados, mandados en una carta a Alaska para que vuelva a Tierra del Fuego y se la coma un ñandú en México. Este conjunto de problemas me preocupa enormemente y me deja con miles de dudas. Por ejemplo: primero, ¿Hay ñandúes en México? Segundo, ¿es posible todo esto que estoy pensando? No sólo de la tristísima posibilidad de que ella llegue y tome esa forma de tomar las cosas que pueda ver en aquél momento, pues de última lo pueda tomar como la más bella de las misericordiosas y pueda perdonarme el hecho de no haber hecho más nada que seguir esperándola y así de paso a lo inevitable entre nosotros o simplemente entre para dejarme las cosas en claro; como de la posibilidad de que si todavía debería tener esperanzas, debería tener en claro que hay un porvenir claro entre nosotros si el encontrarnos se permite. ¿Cuántas mujeres y oportunidades como ésta puedo aprovechar para que el encuentro en el salón se dé? ¿Cuántas deberé dejar pasar para, no sólo tener una calma emocional, sino también por el hecho de que mi esperanza se vea encarnada en una de las mesas con sus ojos, o en la puerta con la bufanda que alguna vez le regalé, o en la barra con esos labios tan dulces y fogosos sobre el borde de una copa de champagne? ¿Todo esto es producto de que… que… la amo, o es una obsesión que se verá resuelta ante un último o hasta el último encuentro carnal que podamos realizar con el título de “…el amor”? ¿Y si la dejo pasar y resulta que Camila es mucho más parecida a Clara que la misma Clara es parecida a sí misma, o sea, a lo que yo veo y adoro de ella? ¿Si lo que siento por Clara pueda reconocer también en Camila? ¿Y si sucediera, dejaría de pensar en Clara? Encima las dos empiezan con la misma sigla, si se tratara de una cuestión tipográfica mi amor, si este corazón se enamorase de la sigla… pues no cambiarían las letras que alguna vez escribí en un árbol C + H dentro de un corazón dibujado. Recuerdo ahora mismo que una prima de Clara es Camila. ¿Y si se complotaron para ver si sigo siendo el chamuyero con el que alguna vez me dejé de identificar cuando estuve con ella, para que, de esta forma, comprobar que no la recuerdo, que no vale nada Clara para mí en este momento de soledad? ¿Y si tal vez no le importase más a Clara y por eso me delega a su prima? ¿O si, tal vez, Clara aún no se decide en dar la cara y pide ayuda a Camila para poder hacérmelo llegar? En una de ésas es eso, un simple disfraz con la que la bella actriz de esta novela trata de usar para atrapar nuevamente mi corazón, como un anzuelo me toma de la boca de este amor inconfundible que me sube y me lleva cual remolino de antojos, deseos y miradas fulminantes. Sí, puede ser eso.
Una vez más estoy motivado. :)
Mi nombre.
Mi nombre puede variar numerosamente. No hay vez que eso no me beneficie. Poder tener una cara dura para tantas identidades me facilita la vida en muchas ocasiones. Algunas me salvan de la muerte. Otras veces –que resulta peor- de los retos o reclamos de una mujer. Pero grandes poderes, acarrean grandes responsabilidades me comentó el Lucho en aquél bar. ¿A qué voy? Pues, muchas veces, cuando necesito ser yo mismo, no sé quién soy. Han variado a tal exceso mis gustos y pareceres, que no parece que me gusta. No puedo definirme en una palabra que no sea la de los otros, como si mi abecedario no fuere universal, sino de ellos. Algo que ni yo mismo he podido integrar a mi voluntad de ser. La necesidad de retomar los colores de un atardecer es muy variada.
Mi nombre puede exceder de letras. Puede atravesar fronteras. Puede involucrarse independientemente de mi ser, y manejarse de boca en boca. Mi persona puede estar quieta, y mi nombre saltando de un oído a otro, de un papel hasta a un cartel. Una cartelera, un manuscrito o en un mismo boceto, mi ser dibujado no es mío sino la representación de lo que significa mi nombre. Incluso gente que ya vivió puede tener mi nombre, haciendo así que ni mi propio nombre sea de mi propiedad. ¿Qué es lo que realmente me diferencia de una vida pasada? ¿Qué diferencia que tenga un apellido a que tenga otro?
Buscame en la lista de invitados, no me vas a encontrar. Por eso en el ventanal es donde me vengo a escabullir. Paso desapercibido por un mozo, pues su nombre yace en una placa adherida al uniforme por un ganchito. Muevo las bandejas de un lado a otro, bandejas de plata tan grandes que parecen escudos de la misma edad que del palacio al que me encuentro ahora. Estas bandejas donde llevo el éxtasis de tu confusión prolongada, el alcohol. A veces en una vulgar botella, esta vez en copas de vidrio refinadamente talladas, el vino blanco combina con el oropel de la señora de las perlas. Un repasador vanamente tan blanco, que por más que me limpie la indecencia de mi rostro juvenil, se puede reflejar las manchas del mismo con tal ambiente tan blanco.
Me llaman aquí. No utilizan mi nombre de reemplazo. “Mozo” me dicen. El bigotudo con faja usada como corbata me pidió un Cabernet, ninguna cosecha en especial, esta noche se dedica a chupar. Todo lo contrario de quien quiere celebrar, que busca la excelencia de cada detalle para homenajear al hecho causante de tal festejo. Utilizan las lupas en vez de anteojos para asegurarse la perfección en aquella mesa. Una mosca, una miga, una mancha, un pelo, un hilo no correspondido en el mantel. Todo lo contrario a este señor. Este festeja su fracaso. A la falta de un alivio al alma, el consuelo es el corazón dolido. Consuelo. Lo que pocos tienen cuando fallan. Pocas veces se cansan las vidas, y pocas saben cómo cansarse. Pero aquellas fatigadas viven –si viven- como aquél señor con mostacho. No se preocupa por el corte, por la impresión después de la quinta copa que me pide, no se desconcierta si está arrugado su chaquet, simplemente viene a beber.
Muchas veces me siento así. Sobre el respaldo de la silla y llego a la conclusión que me siento como aquel señor. Tal vez no por el fracaso de un gran negocio, ni por la pérdida de una apuesta. Aunque, analógicamente hablando, se podría utilizar dichas frases. Como aquella vez que fui a un casamiento. Fue el primero y el último. Era de Clara.
Clara.
Clara era su forma de ser la mujer que me enterneció el corazón. Claramente se podría decir que era la única mujer que respondía a mi propio entendimiento de lo que es, propiamente dicho, una mujer.
Su delicadeza para hablar. Esa forma dulce de ver a mis ojos, y no ver simplemente, no mirar, sino descubrir un mundo más allá de mi propia persona. Encontrar un mapa no trazado donde marca los límites de mi vida. Un punto fuera de la línea recta, un nervio que puede tocar tranquilamente y yo no lo siento. Esa penetración que no se encuentra ni en el más potente de los taladros, ni en los más afilados cuchillos, ni en la flecha más puntiaguda. Una mirada que duele más que el rejunte de todos esos utensilios cuando deja de mirar. Si el sol te puede quemar la piel cuando te expones mucho hacia él, estos ojos pueden hacer que te quemes por dentro y no sufras. Y te incineres enteramente cuando dejan de verte.
Dos ojos que tienen la capacidad de decirme todo, que ni la más destacada lengua pueda comentar. Esos ojos me miran y me dejan mudo. Dos pupilas que lentamente van descosiéndome por dentro, soltando cada nudo que me ata a una realidad que no quiero vivir, que solo no quiero vivir. ¿Cuántas veces sentiré esto? ¿Cuántas? Esos mismos ojos, casi llorando, me dijeron que no me van a ver más. Se iba.
Nunca se fue. Esos dos ojos quedaron en mí, como si de ser posible los hubiese arrancado y trasplantado entre mis pulmones y mi corazón. Cuando en realidad me arrancaron mi alma de mi yo y se fueron con ellos. Mi propia luz soy yo, pero quien podía encenderme eran esos dos universos donde la vida se podía dar. Esos dos ojos se cerraron para mí.
Hablando seriamente se podría anteponer dicha relación como un negocio. Buscaba el beneficio de mi empresa ayudando a esta pequeña y delicada corporación a crecer. Nuestra materia prima era el amor, nuestro medio era el deseo, nuestro crédito era el futuro incierto al cual queríamos escribir. Apostando a la posibilidad de que cayeran mis acciones, mi vida le aposté, pero no fui yo quien jugó.
La vi en la iglesia. A mitad del pasillo. No me miraron cuando pasó, sino que bajaron. Gritaban: “esto es lo mejor, confórmate”. Si mis ojos hubiesen gritado hubieran dicho “Por favor”. Eso es lo curioso. La voz de los ojos es la mirada del otro.
La marcha nupcial nunca me sonó tan parecida a la marcha fúnebre. Ella iba al altar, yo iba a la horca. Sus manos tomaban el ramo de flores, yo tomaba mis dedos transpirados por tener mis muñecas amarradas. Ella lo hacía esperar a él, yo a mi verdugo. Tenía un cura. Yo no tenía cura que me contrarrestara el dolor en mi pecho. Esta angustia del próximo fin. Nunca estando vivo me sentí tan perdido. Nunca estuve perdido en una vida sintiéndome tan muerto, o a morir. Subió sus escalones, recibe las plegarias, yo no dejo de pedirlas. Acepto. Acepté. Desganado. Acepté. Mi interior era de vidrio. Un espejo lo rompió. Mil cristales perdidos en la nada, reflejados en el espejo se multiplicaba la miseria.
Esos ojos no me hablaron más de la misma manera. Un idioma que yo desconocía. Pero los ojos me conocían. Eran los únicos que sabían quién era.
El señor bigotudo me pidió otra vez un vaso de Cabernet, pues es el quinto que tomo bajo su cuenta.
Al lado mío, tras mi pequeño asunto (pequeño para ser modesto), escucho maldecir a uno de los tripulantes. Era un señor bastante característico. Sombrero de copa negro, un pantalón con 3 bolsillos, zapatos bien lustrados aunque desatados, sin corbata (qué inseguridad) y una mirada perdida al hemisferio del cielo que coincidía con el horizonte donde terminaba (o comenzaba) el mar. Perdida, pero endurecida como sus manos agarrándose de la barandilla del barco. Lo noto tensionado. A pesar del mal olor de mis nervios, me decidí preguntarle qué le sucedía. Contestó brevemente “el tiempo pasa, y las relaciones se agotan”. Y comenzó el diálogo:
Yo- ¿Ah, problemas de los negocios? La revista “Business” sirve mucho.
Aquanti- ¿Qué? No. Me refiero… no importa.
Yo- ¿La seguís buscando?
Aquanti- ¿A ella?
Yo- No, a ti mismo.
Aquanti- A ella. Sí.
Yo- ¿No te encontraste?
Aquanti- Se escapó hace poco. No porque no me quiere, sino porque se quiere encontrar a ella misma.
Yo- ¿No puede sola?
Aquanti- Si, pero yo no.
Yo- ¿No es fácil esperar?
Aquanti- ¿Es fácil resucitar?
Yo- No hace falta. Uno puede morir por amor y seguir viviendo.
Aquanti- No siempre es bueno dar de todo de uno por alguien, menos por amor.
Las luces del barco empezaron a apagarse. El viento se hizo espeso, como esposo de la pesadez pero sin compromiso alguno. Entonces fue cuando la luna en su cuarto menguante empezó a iluminarnos. Y bajo tal luz fue que me iluminó el sentimiento que creo del que estamos debatiendo:
Yo- Si hay algo de lo que también aprendo de ser actor... es que uno por más que esté triste... si le toca sonreír en el escenario... TIENE que sonreír porque es su papel... y por más que le duela... tiene que dar lo mejor de uno para hacer emocionar al público... y cuando este se emociona... vale la pena ser actor.
Por lo que si en el amor, por más que no sea bien recompensado, uno da lo mejor de sí, sabrá hasta dónde y cuánto puede amar... y el haberlo hecho hizo que valiera la pena. Porque no sólo hicimos feliz a alguien más, sino que nosotros también fuimos felices amando... y eso el lo que hace busquemos ese amor una y otra vez... cuando esa persona que una vez nos lo hizo sentir desaparece... buscamos ese sentimiento porque nosotros lo encontramos... Aquella persona nos ayudó a encontrarlo... tal vez sea la única... tal vez ella seamos nosotros mismos en alguien más, y no podemos vivir sin ser nosotros y sin nuestro ser en su totalidad y es por ello que duele perderse a uno mismo en alguien más… eso de pende de qué brújula quieras usar para un camino como tal.
El sueño me hacía lagrimear, a él el dolor.
Yo- Podemos decir que es un camino de piedra. Como todo verdadero camino no es siempre llano pasando por un par de colinas, pues sería muy aburrido de todos modos. No, no, no, en este camino se sube, se baja.
Cuando se baja, uno se queda a veces… y cuesta subir...
La vista desde la cúspide de cualquier montaña... es genial...
Y a veces en lo más bajo el cielo es nuestro único aliento...
Pero si vas acompañado no importa el lugar a donde vayas... sino que no te quedaste quieto... procura no ir solo.
Esas personas de repente comienzan a hablar, sobretodo una de ellas. No, ésa no, la otra. La que tenía el ceño fruncido. Fue una plática como de antiguos amigos, remarco “antiguos” por no decir “ex”. O sea, había bronca. Fue más que un diálogo, un reto de parte de uno con el otro. No, ésos no, el otro con uno. Tal vez la persona sea usted. Tal vez sea el autor. Tal vez sea yo. Tal vez yo sea el autor, pero también el castigado tras leer esto. Como sea, lo que se pudo escuchar entre choques de cucharas de plata con tazas de porcelana, el sonido de las cafeteras y camareros preguntando “¿qué desea ordenar?” lo siguiente:
Él- ...No. Pero ese es el tema. Si hay algo que aprendí es que no se deja de ser uno mismo por otra persona, sea novio o amigo o familiar. Se es uno mismo y así es como se acepta.
Y sí, sé como sos, porque yo también fui y soy así. Pero yo no dejo de ser yo... y la persona que me quiera me tiene que aceptar tal y como soy... incluso si ese SER incluye hablar con gente o interactuar con personas que a mi no me van o que me generen celos. Ya que, por más que quieras estar con esa persona, vos te enamoras de su forma de ser
y los celos cambian esa forma... Pasando lo siguiente:
Se subordina como vos... y termina gustándole esa arcilla que formó a su gusto y parecer, con lo que a vos te pueda traer problemas de una forma u otra, no le importa o le hace frente a esos problemas, cuando en realidad vos no querés esos problemas.
Cambias y la persona deja de quererte porque…por sus celos de mierda ya no sos la persona que eras...al menos no la que era antes de sus celos de mierda, y por ende, cambiás a la otra persona.
Por eso es que ME ODIO cuando soy celoso porque es una forma inconciente que tengo de CAMBIAR a lo que (o a quien) a mi me gusta y si el personaje no tiene eso en cuenta... no tiene la certeza de que está enamorado de una novia que formó él... no de la novia que sos vos.
Ante tal displicencia y desarrollo de palabras tan seguidas, llenas de ira y estupor a la vez; una seguida de la otra cual link de página de Internet que no tiene espacio entre cada palabra, la segunda persona responde asombrada y al mismo tiempo atónita mientras muerde la punta restante de su sacramento:
Ella- Tenés razón.
El personaje se levanta, recoge su corbata anclada en la silla, retoma su billetera y deja uno de cien. Le da el último sorbo a su té y se retira, sin antes decir sus últimas palabras:
Él- Ya lo sé... lo aprendí por las malas.