lunes, 6 de febrero de 2012

Enamoradas del Sol

Yacían comprendidas una a otra en un mundo incomprendido. Un mundo quizás no correspondido para otros, o ellas no eran correspondidas para este. Quizás el mundo sea sólo una fantasía. Tal vez la imaginación era una fantasía de esta realidad, el resultado de lo que ellas no quisieron.

Ella era rubia. La otra también. Una tenía su nombre, conocía quién era, no sabía lo que se perdía, de lo que prohibían. Aquella fiesta cambió la vida de ambas.

Ella era rubia, tenía un nombre que probablemente comenzaba con R… o con F… ella lo suponía cada vez que pedía prestado un DNI. En la fiesta tuvo más de una suposición. La vio bailando, y le quería preguntar cómo seguía el paso siguiente. ¿Lo daría o no? Fumando un faso se explicó a sí misma que su solución era momentánea, la decisión duraría una semana o dos, lo que el alcohol la pudiese ayudar a remediar.

La del nombre no conocía lo que era un cigarro, no sabía lo que era un beso, no sabía lo que era la suavidad de una mejilla sin barba ni el furor de los dedos que aman con propiedad. Lo entendió esa noche. Cuando la chica de la “R” la buscó, y tras un baile candente, diría uno de los muchachos que las vio y subió sus fotos al facebook, excitante, decidió soltarse como el humo de un pucho que danza en la atmósfera, salido de una boca, perdido en el aire.

La botella mojaba sus prendas. Esa botella que se destapa, que se vuelca y acompaña la borrachera con un poco de pasión. Nadie las reconoció cuando una y una se hicieron en una sola vez, una sola cosa, una sola persona. Latiendo al compás de la electro, acomodadas como podían en una bañera media llena que goteaba en el baño. El color interior pintó sus bocas pasionales. Con una piedrita blanca de por medio, daban las 5 de la mañana para empezar por quinta vez y terminar más de una.

En un hasta luego se decidieron ver. Un luego no tan largo, quizás horas fueron los boletos que se perdieron para verse. Un beso en la mejilla. Un beso entre los ojos. Ambas chicas, con un poco de rimmel corrido, un poco de alcohol y un buen sentimiento de andar volando fueron los participantes que encaminaron a ambas, completas desconocidas a ser un par desconocido, único, original, tóxico.

El ardor de ese sufrimiento en el pecho que generaba la duda las mataba más que cualquier estupefaciente probado, habían probado muchos. Tras un histeriquismo y ataques de duda, no se decidieron ver más que en recuerdos.

Cinco años pasaron. La chica del nombre había perdido su contento en ese verde que con un humo nos alegra el momento. La chica de la R… formó Romina en su mente y recompuso lo que sería la columna vertebral de su juicio. Una consiguió trabajo, la otra lo perdió. Se encontraron en China con África, en grupos diferentes, en un baño. Tras esos aplausos en sus excitados corazones sexuales, cerraron nuevamente el telón para saludar. Pero vivirán preguntándose, más allá de las drogas, más allá del alcohol y la falta de sueño. Mucho más allá del miedo a perder. Se preguntan si no fue más tóxico el sentimiento de querer que la última vez SIEMPRE sea la próxima.