lunes, 25 de junio de 2012

Los dos castillos y el muro



Buscándonos no nos encontramos. Y al encontrarnos no buscamos otra cosa. Yacía la parca moribunda esperando, que algún día esto muriese. Ayudó con el miedo a crear nuevas habitaciones. Lugares bastos, de grandes extensiones. Donde yacían millones de secretos que nunca se contaron, refunfuños que se guardaron y enojos que simplemente se archivaron. En fin, una incontable cantidad de libros que formaba esa biblioteca. Unas habitaciones donde sólo había una cama y ninguna luz, donde el frío entraba y penetraba una compañera del dolor. Otra habitación que ni tenía ventanas, y una cama de puros alambres, que era para recostarse en ella para arrancar las carnes, perder el amor en diferentes partes de una pasión dolosa.

Tantas tantas habitaciones, que en su momento no lograron encontrarse. Por ahí sentían la voz del otro. Por otras creían ver una sombra, y en realidad era más oscuridad. Cuando más cerca estaban de ellos mismos, uno entraba a uno de las habitaciones donde se cerraba la puerta desde afuera y no dejaban salir. Logrando que la búsqueda siguiera así. En esa habitación donde la ignorancia cerró el portón, él o ella se subían a una calesita empujada por el miedo, que daba muchas vueltas encima de los pensamientos. Tanto era el ruido que hacía al girar, los chirridos de una columna desgastada y oxidada que mantenía firme la calesita, no dejaba escuchar el intento del corazón de detener tal enrosque. A pesar de que la calesita se rompió, y por inercia salió disparada por todo el cuarto, destruyendo parte de las paredes, parte de las ventanas, hasta el sillón que adornaba el lugar, el corazón seguía con un latir cada vez más acelerado.... intentando explicarse. En una de esos contrasaltos, el corazón salía lastimado, y se subía a la calesita… tal fue el peso que rompió la pared que separaba esa habitación, de la guarida donde se conocieron alguna vez… donde estaba ella o él.

Él… o ella… o los dos… ambos quisieron detener tanta vuelta rompedora. Encima, la piecita más hermosa del castillo empezó a desmoronarse con los gritos del choque. Los golpes de las miradas en desencuentro. Los dedos que apuntaron a detener la cosa, no para que ninguno salga lastimado, sino para que a que uno no le duela más. Quisieron agarrar el freno con las cuatro manos, pero sin estas tocarse. Las fotos eliminadas en un fuego de pura calentura, que no podían apagarse. Intentaron matarlo con las manos cortadas de la almohada de alambre de la otra pieza, casi apagan la última ceniza al traer tanta agua salada. Ella se cansó de arreglar todo, él se cansó de ordenar. Se cansaron de no poder jugar. Se cansaron de tanto dar vuelta, terminaron mareados, querían ver algo que no se moviera tanto. El corazón de ellos quedó intacto, pero la cabeza dio tantas vueltas como la calesita de recién.
 
Él le ofreció salir. Pretendió entenderla. Supo aceptar su partida. No quiso que llegara este momento.

Al otro día… Todos los días después, él pensó que ella volvería y se escondería en una de las tantas piezas que la parca seguía construyendo con la indecisión, ayudada por el enojo con material que traía la mentira. Entraba a habitaciones que nunca había visto, habitaciones como de pura soledad, donde ingresaba y se perdía en un espiral de la cama, donde veía imágenes sin forma, ni color ni negros ni blancos, una nada totalmente representado. Otra habitación de pura creencia del ego, donde pintada con colores que la mentira prestó, dio lugar a una ventanita. Él intentó ver por ahí, y encontró a su damisela. Ella estaba construyendo un muro. Una muralla de diferentes tipos de ladrillos. Ladrillos, piedras, paja, escoba, medias, polvo, viento frío y seco, de todo, ayudada de un hermano suyo, un tal llamado Orgullo. Él la invitaba a volver, así jugaban. Ella se negó. Le ofreció quedarse en una sola habitación. Ella hacía como que no lo escuchaba. Vaya uno a saber si él o ella se extrañaban, si quería que uno fuera a la punta de la edificación del otro y que lo abrace. Que le partiera la boca con un te amo traducido con besos y lágrimas. Sentir la cosquilla de la barba de él, o sentir el calor de ese pecho que sobrelatía de corazones de ella. Vaya uno a saber.

Lo sacó de esa ventana la molestia. Le pidió que fuera a ordenar la habitación que rompió. Donde estaba la calesita. Él quería seguir, por lo menos, mirándola, aunque ella no le diera bola. Pero esa ventana que la mentira permitió, fue tapada por el hermano que ella tenía. Él entró y vio el agujerazo que dejó la calesita. Pero en vez de ordenar tal desastre, prefirió ver ese lindo cuartito que ambos construyeron juntos con sus piedritas. Todos los muebles donde juntos se aguantaron. Una camita tranquila, sin muchos lujos, pero llena de lo que nunca tuvo por las noches ni por los días, una fantasía pintada de ilusión cuando soñaban juntos. Trajo un secador, pero el piso seguía mojado de tanta sal, que se arruinaron las baldosas del lugar. Las fotos salían con los rostros en cenizas. Las cenizas hacían que la molestia tosiera, a tal punto que ella misma fue la que barrió tal desorden. Porque a él las cenizas le daban una reacción alérgica… haciéndolo mojar la sal del piso.

Días varios pasaron. Lunas que no se hablaron. Soles que brillaron más que la estrella de las sensaciones que ya no se encontraban en la piecita arruinada, sino que se perdían en esos cubos hechos de paredes de puro miedo. El sol no le llegaba por el muro que ella construyó.

Un día, el ruido de tanta construcción cesó. Salió al patio donde miraban estrellas y a penas alcanzó a ver la punta de la última torre que la parca construyó con tanta ayuda. Era un día nublado porque hasta las nubes oscuras pudo ver, que acariciaban tanto esfuerzo contenido. A la par, al ladito de lo que era ese castillo, empezaba el gran muro que ella hizo. Bastante trabajador el hermano que tenía. Quiso escalarle. Su hermano se lo encontró, le dijo que podría prestarle dos picos para subir tal muro, con el que él fanfarroneaba. La verdad, un muy buen constructor el querido Orgullo. Este le avisó que en alguna parte de la muralla estaba ella, pero seguro estaba en la punta de la misma. Sin pensarlo dos veces, comenzó a escalar.
 
Un poco más de dos meses él logró subir. Ella estaba llorando todavía. Desabrigada de tantos abrazos. La cubría un velo de enojo. El quiso escucharla, pero por más que ella le explicara, él no supo entender. Ella no lo quiso imaginar una vez más. Aunque él, logró subir, ella decidió llamar a Orgullo. El querido fue solicitado para que traiga más material, que mañana mismo seguiría levantando el muro. El tipo estaba chocho porque le encantaba trabajar y llegar a lo más alto. Era su meta, no la de ella.

Él la amenazó diciendo que ella lo seguiría viendo. No en su imaginación, sino que él construiría cada vez más grande este castillo para que, aunque sea una punta, ella lo vería. Confundida no entendía cómo lo iba a lograr. Si tanto tiempo pasó y nunca pudo alcanzarla, ¿cómo lograría su meta? Su hermano se le ofreció a ayudarlo, pero para eso, tendría que repartirse, por lo que lo empujó al vacío, y le avisó que llegaría ni bien se liberara de la muralla. La caída del chico fue grande y larga. Fue un gran dolor el haber sido rechazado. Más que el haber caído a tal altura, con tanta velocidad, en un piso que en vez de flores, en pinchos y piedras cayó. Piedras que no construían más que un castillo de soledad y frío.

Esa noche, él se encerró en el cuartito que rompió, que en un principio construyeron, donde se juntaban a cada rato. A programar un futuro. A armar una idea de lo que sería seguir varios desafíos, y lo hermoso que era verse desde otro ángulo. Un beso que los hacía volar a un pastizal de maravillas de amor. Un abrazo que los envolvía en un loquero de enamorados. Unas miradas que los cegaban del brillo. Un calor que calentaba como una llamita, tan pura y amarilla, que necesitaban cada vez más aunque los hiciera arder la piel. En esa piecita donde ambos se morían en sueños, el se resfrió. Llorando, se le tapó la nariz, mojaba con un ácido de indecisión el piso. No sabía qué hacer, tenía un gran dilema.

Si lo ayudaba Orgullo a construir el castillo, tendría solamente una mansión para un alma sola. Una indecisión que transitara todos los pasillos, y más que nada, un ego de torres tan altas, que el solo recorrerlas hasta la terraza no les dejaría (a ninguno de los dos) tocar el piso y arreglar la morada. Si él no pedía ayuda y decidía terminar con tanto dolor, romper tanta edificación vana ladrillo por ladrillo, nunca lograría verla siquiera, y se quedaría sin un hogar, vagando en el horizonte perdido, buscando la vuelta de tal muralla. Si no pedía ayuda a Orgullo y construía un castillo a parte él solo, nunca sería suficiente ni más grande que el castillo que la Parca empezó a armar, y siendo este más grande, pensando que tanto defecto subía, ella nunca querría toparse con ello por lo que jamás podría ver la moradita que él quería hacer. No sabía cómo seguir.

El día siguiente, Orgullo se le presentó a la puerta. Él no quiso hacer nada. Orgullo se apenó de verlo así, y como que se arrepintió de haber ayudado a la separación de tal bella pareja. Comenzó a tratar de destruir el muro. Sorprendido, él lo detuvo. Le dijo que no quería que le hiciera nada, que es edificación de ella, es su creación, que él no era nadie para destruir lo que ella quiere y lo que la hizo llegar tan alto en su vida. Orgullo no lo podía soportar, estaba de su lado ahora, quería tomar cartas sobre el asunto. Así que después de jugar un truco, de retrucar propuestas, pidieron vale cuatro y comenzaron a ahuyentar a tantas malas emociones. La Ira se calmó y se fue a su casa, el Miedo se suicidó en un vuelco de unas de las habitaciones donde dormía el valor, y así se fueron yendo de a poquito, cada cómplice de la Parca. La Parca tan cansada y estirada, decidió sentarse a un costado con su guitarra de dos cuerdas mientras se reía del intento de destruir el castillo que con mucho esfuerzo tanto ella, Parca, como Él construyeron. Él con la ayuda de ella, La Parca, y de las malas emociones.

Fue momento de un nuevo inicio. El ego, el Orgullo trajeron a las Ganas: de superarse, de esperanzas, de poder, de sonreír. Todos juntos, con Él, empezaron, ladrillito por ladrillito a construir un nuevo castillo. Tenía habitaciones donde aparecían cuadros bastante graciosos, de momentos donde la risa de Él era cuando más brillaba. Otras habitaciones donde las camas eran un cofre de ideas para mejorar la decoración de las habitaciones donde la caprichosa de su prima, la Imaginación, volaba con su batuta dirigiendo ideales con el corazón.

Años después, muuuchos muchos años después, un día soleado, Él empezó a armar una nueva habitación con Proyección, cuando de repente, Orgullo, su amigo de tanto tiempo, le avisó de las nubes… se divisaba como el final de esa pared que tanto quisieron superar, pero que después de un tiempo decidieron abandonar tal desafío, prefiriendo centrarse en crear un mejor hogar. Al menos uno donde no hiciera tanto frío, ni estuviera tan mal construido para tantas emociones. Sin embargo, el amontonamiento de los sentimientos que tantas veces calló, le renacieron del pecho y recorrieron a una velocidad pronunciada por los hombros, pasaron por los brazos, los antebrazos temblaron y las manos empezaron a romperse los dedos por poner un ladrillo encima de otro. Esperanza fue quien trajo más material que nunca. Fue arduo el trabajo. La habitación estaba linda como para que Creatividad se sintiera en una casa, pero Él no se sintió a gusto, diciendo que podría ser más cómoda todavía, usando de escusa para llegar a la cima.

Meses más, meses menos, él llegó. Impresionantemente estaban maravillados por el hermoso y gran castillo. Tan reconfortante como un hotel de los que siempre escucharon hablar pero los bolsillos nunca lograron traer. Tan divertido como esos peloteros de la infancia. Tan maravilloso como el del dueño de las películas de los chicos, que siempre pone una filmación del mismo lleno de fuegos artificiales antes de que empiece el estreno. Era un castillo de ensueño, tan grande, tan basto, tan hermoso. Todas las emociones querían seguir construyendo, otras ya querían estar descansando de un gran día de trabajo. Orgullo lo buscó, pero él estaba centrado en encontrarla. Caminó unos cuantos varios pasos, pero no lo encontraba. Orgullo se estaba preocupando. Ya no se divisaba con claridad el castillo. En la altura más enorme de la muralla, se encontró una escalera. Esta lo ayudó a bajar hasta el mismo suelo, que tanto quiso abandonar al principio de la construcción. Con ambos castillos atrás y una muralla que se hacía cada vez más alta, Orgullo empezó a buscarlo.

Pasado un día más de puro buscar, lo encontró. Estaba parado, lagrimeando. Nunca se supo si de alegría o dolor. Pero la veía a ella. Estaba en el piso. En el piso, había un dibujo. Era un dibujo donde se veía la enormidad del asunto. Mostraba la construcción más grande de todo el mundo. Más grande que esa muralla donde Orgullo ayudó, más grande que cualquier otra muralla pudo haber hecho, más grande y hermoso, mucho más maravilloso y alucinante que el nuevo castillo que Él construyó. El asombro de Orgullo fue casi tan grande como lo que el dibujo aparentaba, más grande que los gotones que él soltaba, mucho más gigante que la espera de ella.

El dibujo eran ellos dos, sin ningún orgullo, abrazados dentro de un corazón. Sin ningún EL ni ninguna ELLA, sino un NOSOTROS que envolvía el dibujito de tierra.

La simple moraleja de esta fantasía no sé si es que a veces nos encerramos en una habitación donde pensamos tanto que el miedo empuja una calesita que puede lograr que se rompa o destruya algo tan lindo que se construyó de a dos, donde incluso es tan fuerte el ruido del enrosque, que no se escucha al corazón.

Tampoco sé si es que de a uno no se puede construir cosas que se han hecho tan armoniosamente de a dos, sobretodo si es un castillo de malas emociones, pero que si esas emociones dejan de construir tanta edificación de incertidumbre, uno puede seguir subiendo.

No sé si también es que muchas veces, es mejor sentar pies en el suelo, que seguir subiendo buscando algo que no está tan arriba.

O tal vez que no se puede destruir algo que se es, o se hizo, pero si se puede dejar atrás una vez que uno aprende a hacer un castillo bien hecho. No se puede destruir de la memoria lo que uno ya construyó, lo que es, pero si se puede superar.


Lo que sí, es que pueden pasar días, meses, años, soledades, risas, lágrimas, enojos, miedos, dolores, ira, ego, muerte, miseria, triunfo, superaciones, caídas… pero NUNCA, JAMAS, EN LA VIDA, el ORGULLO va a ayudar a construir un castillo o una muralla TAN GRANDE… HERMOSA… ÚNICA…INOLVIDABLEMENTE PRECIOSA… FANTASTICA… FUERTE, FIRME, CALIDA, MARAVILLOSA Y ENORME… como un ABRAZO, con un BESO hechos de puro AMOR que nace y vive con los pies en la tierra formando el NOSOTROS. 


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Lo que uno opina conforma a la creación de un castillo de ladrillitos LEGO cada vez más grande que si lo armara yo solo. Gracias por sumar tu ladrillito de color rojo, verde, azul, tú dime :)